Jueces sin rostro

alex madera
3 min readOct 13, 2023

El calor y la quietud jugaban a la desestabilización de la mañana, todo parecía correr como de costumbre, sin embargo, esa lucha intestina bordeaba con sus matices grises el entorno, conjugando y arreciando el calor impenitente del momento, como si tratase de demostrar su poderío de forma inusual, hacerse presente más allá de aquellas gotas de sudor que recorrían el rostro aletargado por las múltiples ocupaciones del momento.

De improvisto salta a la vista un sonido que trata de desviar la atención, al mirar de reojo encuentra un mensaje escueto, de un remitente aparentemente desconocido, y titubea para abrirlo, pues no logra reconocer al mismo, sin embargo, buscando un aire inexistente y que pudiera transpirar de repente toma el dispositivo y extrañado por lo corto y preciso del mensaje, más curioso por determinar la persona que ha roto la puerta para entrar de manera escurridiza y quizás con temor, y se encuentra con alguien conocido, pero que no figuraba dentro de sus contactos habituales, lo que hace que el mensaje cobre una intriga mayor.

Hora y lugar establecido para tal vez una conversación sobre una situación ya prevista posiblemente, pero igual, las manos se estrujaban buscando secar el sudor que las recorría sin piedad, como si tratase de mostrar que el mensaje era mucho más allá de lo pensado.

Empujando la hora para desenlazar el misterio, contando los pasos para acercarse al lugar indicado, faltando como de costumbre ante cada cita, minutos de diferencia, acentuando con esto la importancia de la puntualidad, y sin esperar mucho, una invitación que incita a que la penumbra asome con mayor vigor, trazando un borde sobre la cien, que entorpecía la visibilidad de lo que aparentaba.

Saludos cordiales y preguntas convencionales fluyeron de manera rápida, como si de repente la prisa fuera algo que se necesitara para divulgar aquel misterio y una frase fulminante cambió el escenario, todo parecía revolverse, la silla momentáneamente incómoda, entonces el calor arreció y se posó una gran incertidumbre.

No había escapatoria, el mensaje divulgado escapaba a toda lógica y razonamiento, no entendía desde donde brotaba el mismo, y ya no había marcha atrás, por más vueltas se debía afrontar.

Aquellos que siempre había señalado por fin parecían dar la cara, pero fue todo lo contrario, el mensaje enviado pero no había remitente, sino fuentes confiables, con capacidad de juzgar y condenar, sin ese derecho legítimo a esbozar una defensa ante los señalamientos increpados con un cierto grado de sutileza, pero que de igual forma penetraban en lo más adentro y una vez allí, no cesaba el revoloteo de descubrirlos, aunque si sentía la presencia en cada palabra que apenas lograba escuchar, pues se había interpuesto una pared que impedía el sonido más allá de lo que circulaba en la mente.

Sonrisas fingidas, evitando simplemente que al igual que el mar, se desbocara en busca de arrastrar consigo la cálida arena que recubre sus límites, y el tiempo parecía no seguir su curso normal, como los efectos de cámara lenta muy utilizados para escenas candentes.

Buscaba en las paredes algún signo que indicara la razón de aquel juicio precoz e inusitado, que trataba de derrumbar una parte importante y que no representaba peligro alguno, sin embargo, las defensas fueron guardadas, no cabía en ese espacio, pues no se hablaba con los jueces ocultos bajo el manto que cubre a las aves de rapiña, que solo proceden cuando no hay vida, cuando se sienten victoriosos al ver que los latidos han cesado y que ya no tendrán que ver a los ojos ni esperar ataques.

Ya luego se quedaría revoloteando en el interior, las preguntas sin respuesta, así como no era posible descubrir los rostros de quienes formaron juicio y condena, pero paciente, solo dando espacio al tiempo, para ir cubriendo pasos y llegar a ese momento en que el descuido por la euforia de una victoria adjudicada sin mérito alguno, permitirá desentrañar lo que siempre se ha inferido.

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